El primer movimiento, la primera creación, surge sin causa. Es una generación espontánea, como un esfuerzo realizado por el caos sobre sí mismo: se hincha, crece, se hace desmesurado, se calienta por frotamiento y, en ese esfuerzo, se diversifica, se resquebraja, se separa, se dispersa, se jerarquiza. Así nacen el fuego, la luz, la vida, el espíritu y todo lo que conforma el universo del hombre.
El “Traibhumikatha” (“El libro de los tres mundos”, 1.345 de nuestra era), del rey Lut’ai de Tailandia, explica: “estos cuatro vientos soplan sobre el agua levantando las olas y la transforman en una superficie que está como cubierta de hinchazones de barro. Luego esta superficie se transforma en Kalala, como el agua que sirve para hervir el arroz. Luego los Kalala se transforman en Ambuda, como la papilla de arroz; luego los Ambuda se transforman en Pesi, los Pesi de barro… se transforman en tierra, como antes.”
Para los bambara del África occidental el vacío original se enrolla en dos espirales que giran en sentido inverso una de otra; de este modo nace cuatro mundos. Una masa pesada cae y se convierte en la tierra; una parte ligera se eleva y se convierte en el cielo que, al esparcirse sobre la tierra bajo la forma del agua, permite que brote la vida; entonces aparecen la hierba y los animales acuáticos.
ANDRÉ AKOU, “Mythes et croyances du monde entier”
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