viernes, 31 de diciembre de 2010

domingo, 31 de octubre de 2010

SAMHAIN

brujita

wizardSamhain es testigo de las últimas cosechas. Marca el Año Nuevo celta en que todo lo que no se ha cosechado debe permanecer en los campos a beneficio de los espíritus. Es la noche de la Cena silenciosa, la Noche de los Ancestros, la noche para trabajar con los difuntos. Es una noche de liberación, de consuelo, de duelo. También es el momento de los nuevos comienzos. Puedes eliminar todo lo que no ha funcionado y empezar de nuevo.

     Es la noche de Hécate en el cruce de los caminos. ¿Te encuentras en una disyuntiva4f4zx4kj en este momento de tu vida? Pídele orientación a Hécate. Lo puedes hacer con un ritual o una meditación, pero ten cuidado con lo que pides, ya que a Hécate no le gustan las bromas. Te dará la respuesta, estés lista o no para recibirla. Ésta también es una noche para retomar el contacto con las generaciones de tus ancestros. Remóntate lo más lejos posible en tu árbol genealógico y permíteles guiarte. Las noches inmediatamente posteriores a Samhain son buenas para trabajar con los muertos, ya sean ancestros, hijos, mascotas o almas errantes que no tienen a nadie que los llore. Traza un círculo, enciende una vela, hazles saber que se les recuerda y llora. Ayúdales a completar su viaje. Los vivos pueden sanar a los muertos, amándoles y dejándoles marchar.

Cerridwen Iris Shea

witch120

sábado, 29 de mayo de 2010

LA CRUZ DE AMBITE

con rosa

Ambite (Madrid) tenía el descampado de Querencia, y un lugar relacionado también con milagros, cercano a Fuentespino: la Cruz de Ambite. Cuenta la leyenda que circulaba de noche por este paraje un monje que venía de Mondéjar o Pastrana a caballo, cuando se desató una gran tormenta. A la luz de un rayo, el animal se asustó y estuvo a punto de caer por el precipicio. La reacción del jinete fue gritar: “¡Válgame la Cruz de Ambite!”. Instantáneamente, el caballo clavó sus herraduras en el borde de la piedra y allí han quedado las marcas hasta hoy. En agradecimiento, el monje mandó traer de Roma un lígnum crucis –reliquia de la cruz de Cristo-, que se custodia en la parroquia de Ambite. El lugar es impresionante, una especie de “Roca Tarpeya” alcarreña que sugiere la celebración de sacrificios humanos en tiempos pretéritos, mediante el sencillo procedimiento de empujar a las víctimas al vacío. Hoy día se puede ver una cruz de piedra, torcida, que fue mandada poner por el religioso a quien salvó el rayo. (La leyenda toledana cuenta que la “Roca Tarpeya” del Toletum romano era un lugar de suplicio que se alzaba amenazante sobre las lúgubres mazmorras de la prisión ciudadana, situada en el hoy denominado paseo del Tránsito, sobresaliendo en altura y de arriesgada forma sobre las aguas del río Tajo, del que la separaba un amplio y pedregoso precipicio al que eran arrojados los condenados a muerte).

Juan Ignacio Cuesta Millán y Miguel Zorita Bayón, HISPANIA INCÓGNITA, págs. 423 y 424

cruz de ambite

Para más información sobre ésta y otras leyendas de Ambite: http://www.ambite.es/index.php

sábado, 1 de mayo de 2010

HOY ES BELTANE

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Beltane es la festividad que saca a todas las brujas al exterior para celebrar el retorno del poder del Sol y la fecundidad de la tierra.

Viste ropajes rituales rojos y decora tu altar con telas también rojas para favorecer la pasión. Puedes hacer una clip_image002corona para tu cabeza con ramitas de majuelo. Decora tu casa con flores, plantas, vegetales de la estación. Selecciona la música o el toque de los tambores para los bailarines alrededor del árbol de mayo o al hacer la danza espiral. Piérdete en la danza.

El fuego es el elemento al que honramos, así que haz que los miembros del círculo salten por encima del caldero para obtener purificación y protección. El agua es otro elemento principal: asegúrate de visitar el arroyo más cercano. Echa un perfume en el agua como ofrenda a las ondinas y deja unas gotas de leche y ofrendas de comida para los espíritus de la Naturaleza.

Ese día, levántate antes del alba y mira salir el Sol sobre el río o la playa. Recoge un poco de agua en el lugar donde el Sol la haga brillar. Cuando vuelvas a casa echa esa agua en tu jardín para asegurarte que tendrá abundante lluvia durante la próxima estación.

K. D. Spitzer

miércoles, 24 de marzo de 2010

LA LEYENDA DEL CABALLO DE ALIATAR

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“El año 1482 y un día del mes de noviembre, avisaron a don Pedro Gómez de Aguilar, vecino de Cabra, de que sus colonos habían abandonado una magnífica finca, la mejor de las suyas, situada a una legua de la ciudad.

La causa de ello era asaz alarmante: se habían visto moros por las cercanías de la finca.

El noble caballero se distinguía por su extremada resolución, y tenía cuatro hijos, no menos valerosos. Los informes del caso procedían de un testigo muy digno de crédito, un labrador que había estado a punto de caer en manos de los moros, salvándose por la ligereza de su potro. Sin embargo, don Pedro no acababa de creer en un atrevimiento tan grande como el que revelaba la invasión del enemigo por aquella parte. Y como sabía que a veces los bandoleros se disfrazaban de moros, quiso comprobar personalmente si eran sus sospechas fundadas.

Al efecto, sin advertir ni siquiera a sus hijos, y sin atender a otro impulso que a su resolución, se armó perfectamente, montó a caballo, y solo, sin escudero siquiera, emprendió el camino de su finca.

Estaba el tiempo metido en agua y no encontró bicho viviente en todo el trayecto.

Al llegar a su finca ni vio tampoco a nadie ni percibió otro rumor que el monótono de la lluvia.

-Ya estarán lejos los moros –murmuró al penetrar en su propiedad.

Y momentos después viose rodeado de ellos.

Eran unos cuarenta jinetes escogidos, a las órdenes del famoso alcalde de Loja, Aliatar, ya viejo por los años pero no por los bríos.

Conocíanse del campo de batalla el caballero cristiano y el caudillo agareno, y en más de un encuentro habían probado el temple de sus aceros.

La resistencia y la fuga eran imposibles. Gómez de Aguilar tenía que rendirse.

En aquel siglo caballeresco, aunque la lucha entre los nuestros y los árabes continuaba con ardimiento, se habían suavizado las relaciones, los prisioneros eran tratados generalmente con humanidad y abundaban los rasgos de mutua consideración y de hidalguía.

-¿Y tus hijos? –preguntó Aliatar a don Pedro.

-He venido solo, porque no acababa de creer el aviso de que tu audacia hubiese llegado hasta aquí.

Sonrió el viejo alcalde, enseñando unos dientes todavía blancos, y replicó:

-Me han ponderado mucho tu finca y tenía deseos y necesidad de conocerla… Ya ves… La lluvia nos había calado hasta los huesos, y después de doce horas de incursión, nuestros caballos olfatearon tu caballeriza caliente y muy bien provista. ¡Por Alá que tus colonos tuvieron oportuna idea al desaparecer, evitándonos la violencia…! Pero como habrán dado la voz de alarma, y por esta parte podríamos tropezar con las lanzas del conde de Cabra, vamos ahora hacia Carcabuey, y es preciso que nos acompañes…

-Aliatar, fija el precio de mi rescate, y si no es demasiado, te doy palabra de que lo recibirás en Loja antes de dos días.

-No dudo de tu palabra, mas prefiero tu persona a tu dinero.

-Canjéame por el que elijas de los vuestros…

-No tenéis en la actualidad un prisionero que valga tanto como tú. Así pues, resígnate, Gómez de Aguilar, y síguenos en tu propio caballo.

Despojáronle de sus armas, que se repartieron entre sí y emprendieron todos la ruta designada.

Como en su situación no se atrevían a seguir el camino frecuentado, tuvieron que meterse por sendas extraviadas entre las asperezas de la Nava.

Tales pasos, de suyo difíciles, ofrecían grave peligro a la sazón por causa de la lluvia incesante, de modo que los atrevidos jinetes apenas atendían a su prisionero, teniendo que cuidarse casi exclusivamente de no rodar por aquellos derrumbaderos.

Tenían que marchar de uno en uno, y la mayor parte habían desmontado, llevando de las bridas a sus caballos.

Don Pedro iba en el centro, junto a Aliatar, y el que los hubiese visto departir amigablemente no hubiera pensado en el cautiverio.

Llegó una ocasión en que se encontraron solos, por caminar los de delante más deprisa que los de detrás: tenían a sus pies un barranco y, cerca, espesos y dilatados jarales.

De una ojeada comprendió Gómez de Aguilar cuán favorable se le presentaba aquella ocasión para salvarse: de un fuerte empujón tiró al caudillo árabe al barranco, arrojóse él mismo detrás, le sujetó y amordazó para que no gritase, y después de apoderarse de sus armas, le obligó a esconderse con él en lo más espeso de los jarales.

El caudillo árabe experimentaba mayor asombro que cólera por audacia tan grande.

Empuñó don Pedro su acerada gumía y le dijo en voz muy queda:

-Si te mueves te mato. Los tuyos vendrán enseguida a buscarnos.

-Mi palabra te doy, Gómez de Aguilar. No necesitas mordaza para mí-. Ya se la había aflojado su enemigo y se la quitó enteramente. Fiaba en la palabra de Aliatar como en la suya, porque la fama del alcalde de Loja era la de un perfecto caballero.

No tardó en realizarse lo que preveía; los árabes buscaban ansiosamente a su jefe y al prisionero.

Unos registraban por arriba en las cercanías de los senderos; otros, dando un rodeo, bajaron dirigiéndose hacia los jarales.

Los momentos eran supremos.

Gómez de Aguilar, desde su escondite, contemplaba sus rostros airados y el amenazador movimiento de sus alfanjes cuando indagaban allá y acullá, metiéndose por todas partes.

El peligro de su vida nunca había sido tan inminente a pesar de haberse hallado en cien combates. Entonces, aquellos hombres no le hubiesen dado cuartel. Volvió sus ojos a Aliatar.

No solamente no se movía el alcalde de Loja, sino que en los ojos suyos, aquellos ojos árabes de mirada profunda, leía la seguridad del cumplimiento de sus palabras. Parecía decirle: “Yo no me moveré; yo no los llamaré”.

Pero a veces brillaba en aquella mirada un relámpago de esperanza que Gómez de Aguilar interpretaba en estos términos: “Pero es muy probable que nos encuentren sin llamarlos y sin moverme”.

Hubo un instante en que el animoso caballero se creyó perdido: a cuatro pasos estaban dos de los jinetes.

Instintivamente apretó el puño de la gumía y se aproximó más a Aliatar.

El caudillo agareno seguía inmóvil y sus ojos le dijeron: “No dudes de mí; todo estriba en tu suerte y en la voluntad de Dios”.

En ese instante sintió el galope de un escuadrón numeroso y una intensa alegría animó el rostro de Gómez de Aguilar.

Los dos jinetes que estaban a punto de descubrirles emprendieron la fuga.

El escuadrón iba mandado por el conde de Cabra en persona. Sorprendió y acuchilló a los del alcalde de Loja, quedando la mitad de ellos muertos o prisioneros, y cuando los vencedores se extrañaban de no haber visto al famoso caudillo que los mandaba, salió con él de entre los jarales don Pedro Gómez de Aguilar.

Refirióle al conde lo ocurrido y el caballero don Diego Fernández de Córdoba le dijo:

-En rigor, Aliatar es también mi prisionero, pues sin el auxilio de los míos él estaría libre y vos muerto, don Pedro.

-Es verdad, conde y nunca olvidaré…

-Callad, que de esta clase de servicios no se lleva cuenta entre nosotros: otro día me serviréis vos… Al invocar mi derecho a prisionero de tanto valor no lo hago por negároslo, Gómez de Aguilar, que harto le habéis ganado con vuestra audacia y vuestra bravura, sino en recuerdo de que hace mucho tiempo, como el mismo Aliatar lo sabe, yo buscaba en los campos de batalla ese honor que acabáis de lograr por un acaso muy afortunado.

En conformación de estas palabras, el caudillo prisionero movió tristemente la cabeza y dijo al conde:

-En Álora me hirió tu lanza y estuve a punto de caer en tus manos, pero me salvó este caballo… Miradle, es atigrado, pero más fuerte y más valiente que un tigre.

Y el viejo Aliatar acarició como al mejor amigo al hermoso bruto, que en aquel momento le presentaron y exclamó enternecido:

-¡Pero ahora, mi Leal, no podrás salvarme!

Esta escena conmovió igualmente a los dos caballeros que la presenciaban. Veían a su noble enemigo encanecido en los combates, próximo a aquella edad en que el brazo más fuerte cede y se rinde, e inflamados por el mismo sentimiento, dijeron:

-¡Aliatar, eres libre! –prorrumpió don Pedro Gómez de Aguilar.

-¡Sí, libre! –añadió el conde de Cabra.

Pasada la expansión de la gratitud, el famoso caudillo árabe les dijo:

-Está visto que no se puede combatir con vosotros. Acabaréis por vencernos completamente. Sin duda Alá ha señalado un breve término a nuestra dominación.

Como seguían los caminos intransitables, a causa del temporal, hubo de aceptar la hospitalidad que le ofrecieron para aquella noche.

Al llegar a un cuarto de legua de la ciudad [Cabra], se encontraron con que había roto su cauce el río que lleva su mismo nombre. Tanto crecieron sus aguas que no parecía paso vadeable.

El conde y sus jinetes se detuvieron contrariados. Entonces les dijo Aliatar:

-Mi Leal os abrirá camino, si me permitís ir delante.

Concedido en el acto, Gómez de Aguilar, el conde y los suyos viéronle con asombro hender la impetuosísima corriente con su caballo con la misma seguridad que si cruzase una carretera.

Todos le siguieron felizmente por aquel vado, que todavía lleva el nombre “del Moro”.

La tradición añade que Gómez de Aguilar y el conde de Cabra obsequiaron a porfía aquella noche a su libre prisionero.

A la mañana siguiente salieron a despedirle hasta un buen trecho fuera de la población.

Aliatar iba admirado de las magnificencias que había visto, de la desplegada en aquellos obsequios y de las defensas inexpugnables con que los condes habían dotado a la capital de su señorío.

“En medio de la plaza de armas”, dice el cronista Vega Murillo, “estaba la magnífica casa-palacio de los condes de Cabra, compuesta de hermosos claustros altos y bajos, sostenidos por columnas de mármol y adornados de frondosos jardines, preciosas fuentes, ricos estanques y cuanto podía halagar la grandeza de un prócer de aquellos tiempos”.

Llegó el momento de la despedida y Aliatar viose rodeado de una guardia de honor que le daban sus caballerosos enemigos para su resguardo hasta los términos de Loja.

¡Con que efusión estrechó entonces las manos de don Pedro Gómez de Aguilar y don Diego Fernández de Córdoba!

-Me habéis vencido y, aunque estoy libre, me habéis maniatado…

-¿Cómo…?

-Maniatado para siempre, porque ya no podré combatir contra vosotros. Me habéis desarmado con vuestra hidalguía mucho más que con vuestro valor.

-No hemos hecho sino lo que mereces, Aliatar, porque eres uno de los más nobles de tu raza.

-Os aseguro que mis soldados no volverán a invadir vuestros dominios.

Dicho esto, el alcalde de Loja saltó de su caballo con ligereza juvenil y, con gran sorpresa de sus acompañantes, cogió de la brida a Leal y se lo presentó a Gómez de Aguilar.

-Te lo doy como recuerdo de que me hiciste prisionero.

-Pues te ofrezco mi alazán a cambio –respondió don Pedro-, y como recuerdo de que también fui prisionero tuyo.

Montó enseguida don Pedro en el precioso caballo que le daban, saltó Aliatar sobre el gallardo alazán que le ofrecían, hizo a Leal la última caricia y exclamando “¡Qué Alá os guarde!” emprendió a galope tendido el regreso a Loja.

Leal permaneció inmóvil, siguiendo con mirada triste a su amo y humilló su arrogante cabeza acarnerada cuando le vio desaparecer. En vano le acarició igualmente su nuevo amo.

¡Bien merecía el nombre de Leal!

La tradición cuenta que aquel precioso caballo murió de tristeza a los pocos días.”

Adaptación de Emilia Cobo de Lara, tomada de Luciano García del Real (El caballo de Aliatar: una mano de azotes, Barcelona, 1898), HISPANIA INCÓGNITA, págs. 433 a 440

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jueves, 18 de marzo de 2010

LA CERCA DE DON GONZALO

La cerca llamada de don Gonzalo estaba, hace algún tiempo, en los alrededores del cerro donde se levanta la ermita de San Miguel, en Granada. Fue construida en tiempo del rey Ibn Ismaíl, decimoctavo monarca granadino. Cuentan algunas tradiciones que esta leyenda no es tal, sino un hecho histórico y bien cierto…

Ibn Ismaíl había subido al trono después de haber vencido a Mohamed Ibnozin el Cojo. Había hallado la ciudad en muy penoso estado, casi sin fortificar, porque el dinero de los tesoros se había gastado en la construcción de bellos palacios. Ibn Ismaíl solía lamentarse con frecuencia del peligro en que estaba su ciudad, ya que los cristianos iban extendiendo su dominio cada vez con más pujanza y audacia. El rey meditaba en la forma de terminar una cerca que, comenzada tiempo atrás, había sido abandonada por falta de recursos.

Un día, cierto joven guerrero llamado Reduán, distinguido en todos los combates, pidió ser recibido por el rey. Cuando estuvo ante su presencia, le dijo:

-He sabido que te apena comprobar cuán desguarnecida se halla la ciudad y que lamentas la pobreza de tus arcas para poder alzar la cerca. En eso veo cuánto amas a tu pueblo. No has de pedir ayuda a los jefes de las tribus, pues tamaña deshonra un rey no puede sufrir. Yo, Reduán, te ofrezco ganar tributos suficientes para esa obra y aun para otras más. Ahí está Jaén, la ciudad cristiana. Yo, en una ocasión, te di palabra de ganar Jaén en una hora y ha llegado el momento de que cumpla mi promesa. Llama a tus guerreros, ordena la marcha y, al cabo de un día, Jaén será nuestra y tendremos el oro necesario, ya que impondremos fuertes tributos a nuestros prisioneros.

Ibn Ismaíl aceptó con entusiasmo la proposición de Reduán. A la mañana siguiente piafaban ya los caballos de los mejores guerreros granadinos, que se preparaban a marchar contra Jaén.

Avanzaron al galope y ya divisaban la ansiada ciudad cuando se vieron sorprendidos por la salida de numerosas tropas formadas por caballeros y peones cristianos. Reduán se desesperó al ver que los cristianos habían advertido la llegada los granadinos y que no había ocasión de tomarla por sorpresa. Se trabó la batalla y los granadinos fueron derrotados, si bien pudieron conseguir algunos prisioneros.

Fueron días tristes para los granadinos y de mortal angustia para Reduán, que veía desvanecidas sus ilusiones y deshonrada su palabra. Además, había pensado pedir a Ibn Ismaíl, como gracia por su triunfo, la libertad de una esclava a al que amaba desde hacía tiempo. Todo se había perdido con su derrota. Desdeñado de todos, el desdichado caballero estaba sumido en los pensamientos más tristes.

Ibn Ismaíl se lamentaba por la desgracia que le perseguía, paseando por un patio de la Alhambra, cuando se acercó un esclavo y pidió la venia a su señor para recibir a un cristiano que llegaba de Jaén. Era un emisario que traía un mensaje de la ciudad cristiana, en el que se decía que entre los prisioneros hechos por los moros se encontraba nada menos que don Gonzalo, el obispo de Jaén, el cual, llevado de su natural belicoso, había querido tomar parte en la acción de defensa de la ciudad. Las huestes de Granada lo habían apresado, pero no habían reconocido su alto rango.

Entonces, la tristeza se tornó alegría y esperanza. Ibn Ismaíl mandó llamar a Reduán, le comunicó la buena nueva y le dijo:

-Ahora, con el rescate del obispo de Jaén, tendremos con qué construir la cerca. Al fin, gracias a tus consejos y también a tu valor, pues luchaste como un valiente en aquella desdichada escaramuza, tenemos lo que queríamos.

Reduán contestó que no convenía pedir dinero, sino hombres que pudieran construir el trozo de muralla que faltaba. Así se hizo, e Ibn Ismaíl devolvió al mensajero con el documento en que constaba su petición.

Así fue como se levantó la cerca y Reduán obtuvo, como premio, la libertad de su amada esclava.

Adaptación de Emilia Cobo de Lara, tomada de diversas fuentes y la tradición oral, HISPANIA INCÓGNITA, págs. 305 a 307

jueves, 11 de marzo de 2010

domingo, 31 de enero de 2010

Proteger al asno del Peropalo

Proteger al asno del Peropalo

IBRAHÍN EL ALFARERO

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Cuenta la leyenda que vivía en el pueblo de Algatocín un alfarero musulmán llamado Ibrahín. Para fabricar sus vasijas, cogía la arcilla de una cantera cercana al pueblo.

Cierto día, Ibrahín fue a buscar barro, como solía, pero al remover el terreno para recoger la tierra más limpia, tropezó con una calavera. Por lo que pudo averiguar, aquellos huesos pertenecían a una persona que murió ajusticiada. En ese momento, Ibrahín recordó que su padre –que había sido también un alfarero afamado- le había dicho en más de una ocasión que los huesos humanos, molidos y mezclados con arcilla, proporcionaban a las vasijas un brillo especialísimo y un color muy hermoso. Sin dudarlo un solo instante, cogió la calavera y se la llevó a su casa. Allí la molió hasta obtener un polvo muy fino.

Ibrahín mezcló el polvo de la calavera con la arcilla y se dispuso a realizar la mejor vasija de su vida. Cuando sacó del horno el recipiente, pudo comprobar que presentaba un colorido y un brillo extraordinarios. Tanta era la belleza de aquella pieza que el alfarero decidió llevarla a la cercana ciudad de Ronda para venderla a mejor precio. En la ciudad, la pieza causó un gran revuelo: fue admirada por mucha gente que alababa su perfección e Ibrahín consiguió venderla a muy buen precio.

A la vista del éxito obtenido con la pieza elaborada con polvo de calavera, la mujer de Ibrahín conminó a su esposo a que buscase más huesos: así podría fabricar cerámicas hermosas y aumentarían las ganancias.

Ibrahín volvió al yacimiento y removió la tierra para buscar más huesos. La suerte le fue favorable, pues encontró tres calaveras más.

Amasó bien la arcilla con el polvo de calavera, colocó la masa en el torno y en esta ocasión fabricó tres piezas diferentes. De aquellas tres vasijas, dos tenían la belleza y el brillo que esperaba. Pero la otra parecía pobre y ruin, tenía un color feo y su tacto era sumamente desagradable. El alfarero no entendía qué podía haber ocurrido, ya que había trabajado la arcilla y el hueso del mismo modo…

Un anciano del pueblo, al ver a Ibrahín en su tribulación, le comentó que aquello había sido obra del destino: Alá no quería que de una de esas calaveras saliera nada bueno. Y después le explicó por qué había ocurrido aquello con las vasijas. El anciano contó que muchos años atrás, cuando él era aún joven, en el pueblo se había cometido un horrendo crimen. La justicia detuvo a cuatro sospechosos para intentar averiguar cuál de ellos había sido el asesino. Como no se logró averiguar quién había sido el criminal, el alcaide de la localidad ordenó ejecutar a los cuatro sospechosos, a sabiendas de que tres de ellos eran inocentes.

Ibrahín comprendió que la vasija fea y tosca era la que había hecho con el polvo de la calavera del hombre culpable, mientras que las otras tres habían sido bendecidas con los restos de los hombres inocentes. Horrorizado, cogió la vasija del asesino y se dirigió a la cima más alta de los contornos y desde allí, la arrojó al vacío, quebrando el recipiente en mil pedazos. De regreso a su hogar, colocó las otras dos vasijas en el mejor lugar de su casa y las adornó con flores frescas.

Ibrahín pidió a su mujer que nunca vendiera aquellos jarrones y que los enterrase junto a él cuando muriese.

Adaptación de Emilia Cobo de Lara, tomada de diversas fuentes y la tradición oral, HISPANIA INCÓGNITA, págs. 303 y 305

ibrahim

HE VUELTO…

Ainfean
Hace un mes que no daba señales de vida y, aunque supongo que al común de los mortales no le importará en absoluto si estoy o no, he pensado que, a lo mejor, a alguien le interesa saber que sigo en el planeta…

La excusa para no venir más a menudo: una que a muchos os sonará, la falta de tiempo por culpa del trabajo, el cansancio, la pereza…

Bueno, solo quería decir que he vuelto y que espero poder pasarme más a menudo…

faery origin