Literalmente, “el iluminado”. Figura que alcanzó importancia en India y cuyas doctrinas se difundieron hasta sentar las bases de una religión ecuménica. La doctrina fundamental sostiene que el individuo posee los medios para acceder a la salvación personal. La leyenda cuenta que Siddhartha Gautama (alrededor de 563-479 a.C.), príncipe del norte de la India, se convirtió en Buda.
Buda jamás negó el panteón indio y sostuvo que en vidas anteriores había sido Indra, dios hindú del Sol.
Cuando llegó el momento del nacimiento de Buda, terremotos y milagros dieron testimonio de su ascendencia divina. Su madre Maya –soberana de un pequeño reino situado en la moderna frontera entre India y Nepal-, soñó que vio a Siddhartha, el futuro Buda, descender hasta su útero en forma de elefante blanco.
Ese sueño (que equivalía a una concepción milagrosa) y los signos naturales correspondientes fueron interpretados por 64 brahmanes, que auguraron el nacimiento de un niño que se convertiría en monarca del mundo o, si tomaba parte de los sufrimientos humanos, en salvador del mundo.
Según una de las leyendas, Maya murió siete días después de dar a luz al príncipe. Al haber alcanzado el conocimiento supremo y por piedad filial, Buda ascendió a los cielos y allí residió tres meses, predicando la ley a su madre.
Preocupado por la profecía según la cual el joven príncipe no se convertiría en un gran gobernante si era testigo del dolor del mundo, el padre de Siddhartha hizo lo imposible por protegerlo del mundo exterior. Mandó construir un lujoso palacio en el que se ofrecían todos los placeres imaginables para entretener al joven e incluso prohibió el uso de palabras como “muerte” y “dolor”.
Cuando Siddhartha expresó su deseo de ver el mundo exterior, el rey lo llevó a una ciudad próxima, aunque antes ordenó que limpiaran las calles, las adornaran con flores y retiraran todo lo que pudiera ser desagradable. Pese a los esfuerzos de su padre, Siddhartha vio a un inválido, a un anciano y a un cadáver que trasladaban hasta el lugar de incineración y se sobresaltó al saber que las personas enferman, envejecen y mueren.
Para apartar de su mente esta revelación, el rey organizó el matrimonio del joven con una bella princesa, que le dio un hijo. Sin embargo, el nombre que Siddhartha escogió para su vástago –Rahula, que significa “cautiverio”- demuestra que, pese a los esfuerzos de su padre, Siddhartha se sentía prisionero en el palacio.
Una noche en que deambulaba por el palacio, Siddhartha vio a las bailarinas que dormían tras los excesos de la velada y le llamó la atención el contraste con los movimientos delicados y graciosos que ejecutaban al danzar. Siddhartha decidió abandonar el trono, la familia y a su hijo y buscar el mundo real. Se cortó el pelo y se cambió el nombre por el de Gautama.
Gautama se convirtió en un asceta errante y decidido a descubrir la naturaleza del mundo. Durante seis años intentó, sin éxito, seguir el camino del sufrimiento físico. Después se dirigió a Bodh Gaya, donde había una higuera conocida como el Árbol de la Sabiduría. Decidió sentarse a meditar bajo el árbol hasta agotar su búsqueda. Mientras Gautama meditaba, el demonio Mara intentó hacerlo caer en la tentación, lo mismo que Satán en el mito cristiano, que atacó a San Antonio mientras meditaba en pleno desierto de Egipto. Mara envió a sus bellas hijas para que sedujeran a Buda, pero éste las rechazó. Luego lo amenazó con monstruosos demonios que tampoco lograron perturbar su concentración. En un arrebato de desesperación ante la calma imperturbable de Buda, Mara le arrojó el arma demoníaca definitiva: un disco ígneo que tenía la capacidad de atravesar las montañas. Empero, el disco se convirtió en un dosel de flores que flotó sobre la cabeza de Gautama.
La contemplación duró cinco semanas. Gautama permaneció inmóvil en medio de una abrumadora tormenta, protegido por Muchalinda, el dios serpiente cuya impresionante capucha a menudo aparece cubriendo al monje que medita. Cumplida la quinta semana, Gautama alcanzó la iluminación: comprendió las raíces del sufrimiento y supo que, para evitarlo, hay que alcanzar un estado de ausencia de deseo. Por eso se convirtió en Buda, aquel que está libre de todo sufrimiento y del ciclo de reencarnación.
Buda se vio enfrentado a una elección. Podía entrar en el nirvana, el estado no perturbado de la conciencia suprema, y abandonar el mundo o, renunciando momentáneamente a la liberación personal, enseñar el camino a sus congéneres. Mara lo apremió para que escogiera la primera opción y Brahma para que se decantase por la segunda. Al final Buda cedió a las súplicas del dios creador. Se dedicó a viajar y a enseñar, fundó una orden monástica y sentó las bases de la era budista en la civilización india.
Después de la muerte de Buda, la religión se dividió y la mitología budista se desarrolló aún más en el seno de las escuelas de pensamientos rivales. También se adoró a otras encarnaciones de Buda, como Avalokiteshvara, un bodhisattva o aspirante a Buda. En China se creía que el bodhisattva Manjusri guiaba a los seres sufrientes a la iluminación. En India y el este de Asia desempeña un papel equivalente el bodhisattva Ksitigarbha, que deambula por los reinos del infierno consolando a las almas torturadas.
Algunas sectas creen en un Buda futuro llamado Maitreya. En Japón este salvador último recibe el nombre de Fugen-bosat-su. También hay un Buda primordial y auto existente llamado Amitabha, que en Japón se conoce como Amida-nyorai.
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