De las más de 370 órdenes militares y religiosas que se fundaron y pervivieron durante la Edad Media, la denominada Orden de la Vela, que muchos tienen por auténtica, es en realidad una orden de leyenda, es decir, que forma parte de la tradición histórica pero no existe para la Historia documentada.
En el año de la Encarnación del Señor de 1178, el rey de León, Fernando III, donó el castillo de Ponferrada a la milicia del Templo de Salomón, más conocida como Orden del Temple.
Cuando los freires (frailes) templarios llegaron al castillo para hacerse cargo de su administración y gobierno, encontraron en su interior a un grupo de cereros (recolectores de cera) que, al carecer de local adecuado donde poder llevar a acabo la fabricación de las velas que ellos mismos manufacturaban, se habían instalado en una de las salas del castillo.
Los templarios, en vez de obligarlos a abandonar la estancia de la que habían tomado posesión ilícitamente, llegaron a un acuerdo con este grupo de artesanos.
El acuerdo fue el siguiente: los artesanos podrían seguir en la sala que habían ocupado, pero, a cambio, proveerían a los soldados del Temple de cuantas velas necesitaran, bien para su uso en la fortaleza o para entregárselas a los peregrinos que por allí pasaban hacia Santiago de Compostela.
Las velas que los monjes templarios ponían gratuitamente a disposición de los peregrinos sirvieron, durante todo el tiempo que duró su estancia en el castillo de Ponferrada, para comunicarse continuamente con el Apóstol. Era tanto como decir: “Apóstol Santiago, esta vela que el peregrino pone ante tu altar es una donación del Temple, para que sepas que el peregrino fue alimentado, curado y provisto por nuestros hermanos para mayor gloria de Nuestro Señor Jesucristo y para que, por ello, nunca te falten fieles agradecidos que vengan a festejarte y a darte eternidad mediante la luz.”
Cuando la Orden del Temple fue suprimida y desposeída de todas sus propiedades, los artesanos, que habían convivido durante muchas generaciones con estos monjes, perpetuaron la caridad de los monjes guerreros: asistían a los peregrinos dándoles alojamiento, curándoles y suministrándoles víveres, ropas, velas y otros útiles. Y puede que incluso se constituyeran como “orden” para seguir realizando la piadosa labor que sus benefactores habían estado llevando a cabo en la comarca leonesa del Bierzo, es decir, en Ponferrada, Bembibre, Villafranca y otros lugares vecinos.
Esta leyenda pudo ser el origen de una confusión: aún hoy no falta quien crea que realmente existió una orden llamada “de la Vela” y que, además, fue una especie de orden tercera de los hermanos del Templo de Salomón.
Hipania Incógnita. Fernando Arroyo (coord.) – págs. 280 y 281
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