Una noche oscura y quieta, solitaria y fría, el lobo salió del bosque atraído por cierto olorcillo delicioso:
Mientras caminaba con toda cautela, se dijo:
-¡Diantres! Eso que percibo no puede ser sino aroma de rebaño. ¡Pues no sé yo nada de estas cosas!
Y siguió adelante con sigiloso cuidado para no mover ni una brizna de hierba, a fuerza de medir cada uno de sus pasos. Antes de posar sus patas lo pensaba bastante, ya que el menor ruido podía despertar al perrazo que cuidaba del rebaño.
A pesar de tanta precaución, ¡zas!, pisó una tabla; ésta se movió y más allá ladró el perro.
El lobo se vio en la necesidad de alejarse. Por esta vez se había quedado sin banquete. Entonces, severo consigo mismo, levantó una pata, culpable del desaguisado y se mordió hasta hacerse sangre.
El lobo de la fábula nos enseña a ser
severos con nosotros mismos para corregir
nuestros defectos y mejorar nuestras
Leonardo Da Vinci
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