Le damos las gracias a Dios Padre
cuyo caldero derrama
su plenitud en la tierra,
inundándola de perfumada
belleza y de renacimiento,
Él bendice la semilla que yace
en el fértil suelo,
y nos protege bajo su poderosa mano.
Le damos las gracias al Dios de la Tierra,
cuya música de arpa hace bailar a las estaciones,
con gestos llenos de gracia, y pasos majestuosos.
Él bendice a los juglares que nos regocijan
e invita a las señoras y a los caballeros a enamorarse.
Lo encontramos en la forma de un navío que busca su puerto,
la playa que ha reverdecido gracias al romillo y a la vara de San José.
Los sacerdotes podrán hablarnos en trance sobre estas cosas,
pero Dadga es el único que grita, bien alto, nuestros méritos.
Elizabeth Barrette
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