Una mujer salía un día tardísimo de la oficina. Camino de casa se dio cuenta de que se estaba quedando sin combustible, así que se paró a poner gasolina.
Mientras lo hacía, se percató de que un hombre sudoroso con muy mala pinta se había parado dos surtidores más allá y la observaba fijamente. Empezó a ponerse nerviosa.
De repente, el hombre gritó: “¡¡Eh!! ¡¡Eh!! ¡¡Eh!!”
Ella se asustó, puso la manguera en su sitio a toda velocidad y subió en el coche con el corazón a mil. Cuando al cao de unos minutos comenzó a tranquilizarse, riéndose de ella misma y de la situación, de nuevo el corazón le dio un vuelco. ¡¡El mismo hombre la estaba persiguiendo con su coche, a toda velocidad, dándole luces y pitando!!
Aceleró como nunca en su vida. El perseguidor hizo lo mismo y puso su automóvil paralelo al suyo. A través de la ventanilla podía ver cómo, con expresión desencajada, parecía gritarle como un loco.
Aceleró todo lo que pudo intentando huir. Consiguió llegar a la puerta de casa, frenó bruscamente y salió del coche corriendo y gritando: “¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!!”. Tras de sí escuchó como el hombre, exclamaba: “¿¡Qué querías hacer maldito desgraciado!?”
En ese mismo momento, el marido de la mujer salió de casa alertado por el escándalo. “¿¡Qué ocurre, cariño!?” Ella lloraba desconsoladamente.
Se giró para señalarle al loco que la perseguía. La escena era de película. El hombre en cuestión había sacado a un tipo del asiento trasero del coche de ella quitándole un cuchillo de casi un palmo.
“No se preocupen, soy agente de policía fuera de servicio. Estaba a punto de poner gasolina cuando vi a este tipo subiéndose en la parte trasera de su coche. Ha sido un milagro que no le rebanara el cuello.”
Otra versión, pinchando en la imagen…
Leyenda urbana (1998)
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