Pues soy un bicho raro pero simpático, que deambula por ahí... Probablemente nos hemos cruzado muchas veces, pero no te has fijado en mí... parezco una chica del montón, pero si te molestas en conocerme verás que no lo soy tanto...
lunes, 30 de noviembre de 2009
HIERBAS MASCULINAS
miércoles, 25 de noviembre de 2009
ALÍ EL ARENERO
En los años previos a la conquista cristiana de las tierras malagueñas, hasta entonces bajo el dominio musulmán, existió en el pueblo de Arenas un arriero que se dedicaba al comercio de la seda y otros productos de la Axarquía, como higos, uvas, pasas y aceite.
Su recorrido serpenteaba por los pueblos de la Axarquía malagueña y la ciudad de Granada, pasando por los altos de Zafarraya.
Cada poco tiempo se veía a este comerciante, acompañado por su recua de mulas, transitando por los caminos más inaccesibles (y en muchas ocasiones nevados) del puerto de Zafarraya. El viaje hasta esas escarpadas lomas era enojoso y lento, porque las bestias solían resbalar a causa del hielo que había en el camino. Muchas bestias murieron en aquellos inhóspitos senderos y mucha mercancía se perdió en los hielos de aquellas cumbres.
En cierta ocasión, al pasar Alí por estos nevados lugares, se encontró con un anciano que yacía aterido de frío junto a unas piedras del camino. Alí se detuvo junto al anciano, y le dio comida y mantas para que entrara en calor hasta que el anciano se repuso lo suficiente como para seguir camino por sí mismo. El anciano, agradecido por las atenciones del arriero, le dio un consejo que a Alí le resultó de gran valía.
Habiéndose enterado que Alí era natural de la aldea de Arenas, un lugar de donde se extraía una arena muy apreciada para la construcción, el anciano le dijo que en el próximo viaje llevara una bestia cargada con arena y que la fuera derramando sobre la nieve del camino. De esa forma, las caballerías no resbalarían y el camino podría hacerse más transitable. Alí atendió el consejo y el resultado fue sorprendente. Las caballerías avanzaban confiadas por aquellas trochas nevadas, haciendo el viaje mucho más cómodo y seguro.
Alí, entendiendo lo importante que era para los viajeros aquel descubrimiento, decidió cambiar su oficio y convertirse en arenero. A partir de aquel momento se dedicó a transportar arena y a esparcirla por los caminos de aquellos parajes previo pago de los caminantes y viajeros. Este nuevo oficio le reportó buenos beneficios y, desde entonces, a aquel arriero se le conoció como Alí el arenero.
Adaptación de Emilia Cobo de Lara, tomada de diversas fuentes y la tradición oral, HISPANIA INCÓGNITA, págs. 301 y 302
jueves, 5 de noviembre de 2009
LA CUESTA DEL REY CHICO
En Granada, al pie de la Alhambra, junto a la puerta de Hierro, hay una cuesta empinada que desde hace cientos de años recibe el nombre de “cuesta del Rey Chico”. Se la conoce con ese nombre por el importante papel que desempeñó en tiempos de este rey granadino. Boabdil el Chico era hijo de Muley Hacén y de su esposa Aixa, llamada la Horra –la honrada.
Sucedió que un día, cuando ya era viejo, Muley Hacén se enamoró de una renegada de hermosa belleza llamada Soraya. El rey rechazó a su esposa Aixa y tomó como favorita a Soraya. Esta mujer, bajo su bella apariencia, escondía un alma ruin y ambiciosa. En pocos años tuvo dos hijos con el sultán y deseaba que alguno de ellos heredara el trono de su padre. Sin embargo, Muley Hacén había tenido con Aixa varios hijos que tenían más derecho al trono que lo de Soraya.
Soraya pensaba que si Boabdil o cualquiera de sus hermanos alcanzaban el trono, ella sería quizá encarcelada o castigada, y sus hijos, desterrados o asesinados. Utilizando sus ardides de mujer, logró imponer su voluntad sobre el viejo rey y Muley Hacén ordenó dar muerte a sus hijos mayores, aquellos que habían nacido de Aixa, su primera mujer.
Un día, los hijos de Aixa desaparecieron. Su madre los buscó inútilmente por todo el palacio. Al aproximarse a uno de los subterráneos, oyó unos lamentos inconfundibles. Apresuró el paso, pues reconoció la voz de sus hijos, pero sólo llegó a tiempo para ver cómo eran degollados. Presa de un gran dolor, Aixa volvió a sus habitaciones y anidó en su corazón un profundo odio hacia Muley Hacén y, sobre todo, hacia Soraya, que, con su ambición, había sido la causante de la muerte de sus hijos. Por fortuna, su hijo primogénito había salido de la Alhambra y no habían podido apresarlo. Pero Boabdil volvería muy pronto y su padre tal vez decidiera asesinarlo, como a sus hermanos menores.
El enloquecido espíritu de Soraya no se sació con aquellas muertes, pues aún quedaba vivo el enemigo más temible: el heredero del trono. Poco a poco, primero con súplicas y con caricias tentadoras, y más tarde con exigencias y lamentos, Soraya consiguió que el sultán tomara la tremenda decisión de ordenar la muerte de su primogénito y preferido, Boabdil, que estaba destinado a sucederle en el gobierno y en la posesión de la bella Granada, de sus riquezas y de la joya incomparable de la Alhambra.
Durante algunos días, Muley Hacén estuvo vacilando, antes de dar la orden de ejecución… Pero, al fin, una mañana, vencido por las malas artes de Soraya e incapaz de negarle nada, el sultán llamó al mismo esclavo que había ejecutado a sus otros hijos y le ordenó que al atardecer de aquel mismo día le presentase la cabeza de su hijo Boabdil.
Éste se hallaba en las habitaciones de su madre, lamentando la dureza y crueldad del rey, su padre. De pronto, se presentó el esclavo encargado de matarle. Aixa dio un alarido de terror al reconocer al verdugo de sus hijos menores y Boabdil se aprestó a la defensa daga en mano. El esclavo, al verse en desventaja, se arrojó a los pies del príncipe manifestando su arrepentimiento y avisándole del terrible peligro que corría su vida.
Boabdil quiso salir de la habitación y encontró la puerta cerrada. Su padre, no confiando plenamente en la obediencia del esclavo, lo había seguido y había escuchado todo lo que había ocurrido en la habitación. Y para evitar que su hijo huyera, había cerrado la puerta desde fuera.
Aixa, dispuesta a facilitar la salvación de su único hijo vivo, despedazó las cortinas y tapices de la estancia y trenzó una escala. Ató un extremo a una de las columnas del ajimez y obligó a su hijo a descolgarse por ella y huir del palacio. Cuando el príncipe se vio a salvo, fuera del palacio, corrió por las calles desiertas de la ciudadela. Era noche cerrada y, al llegar junto a la puerta de Hierro, descendió por la pedregosa cuesta que desde entonces llevó su nombre.
Una vez fuera de la Alhambra, Boabdil corrió a refugiarse en el palacio que poseía su madre en la ciudad de Granada –este palacio fue derribado años más tarde por don Hernando de Zafra, secretario de la reina Isabel la Católica, y en su lugar se levantó el convento de santa Isabel.
Muley Hacén, que pronto tuvo noticia de la huida de su hijo, entró en la habitación de Aixa, que aún permanecía encerrada. Al verla junto a la ventana, con la escala de telas en la mano, comprendió lo que había ocurrido y quiso matar a la sultana. No lo consiguió porque el esclavo se interpuso entre ambos, dando ocasión a Aixa para escapar. Días después, el sultán ordenó descuartizar al esclavo.
Boabdil, al día siguiente de su huida de la Alhambra, se alzaba con la flor y nata de los guerreros granadinos y destronaba a su padre.
Muley Hacén tuvo que salir de la Alhambra e instalarse en la Alcazaba Cadima –en el Albaicín-, donde se hizo fuerte y pudo salvar su vida. Pocos días más tarde, presa del miedo y del rencor, Soraya entregaba su negro espíritu a Alá.
Y así reinó Boabdil, llamado el Chico, que una noche huyó de la Alhambra por la cuesta que aún lleva su nombre.
Adaptación de Emilia Cobo de Lara, tomada de diversas fuentes y de la tradición oral. HISPANIA INCÓGNITA, págs. 298 a 300